Patas peludas recorren la pared, cuerpos babosos resbalan por la cabecera, zumbidos de alas rozando mi oreja y millones de ojos mirándome.
Aterrada debajo de mis sábanas, saco la cabeza, para ver el batallón de soldados de seis patas cargando a sus compañeras muertas. Entonces, recuerdo que usé todo el insecticida en lo que creí era un hormiguero.
Escritoras contemporáneas bolivianas (2019), Ed. Kipus, Bolivia. Bestiarios (2019), Ed. Sherezade, Chile. El día que regresamos: Reportes futuros después de la pandemia (2020), Ed. Pandemonium, Perú. Pequeficciones (2020) Parafernalia, Nicaragua. Historias Mínimas (2020), Dendro Editorial, Perú. Microbios, antología de los Minificcionistas Pandémicos (2020), Dendro Editorial, Perú. Caspa de Ángel (2020), Ed. Kipus, Bolivia. Umbrales, Antología de ciencia ficción Latinoamericana (2020), Ediciones FUNDAJAU, Venezuela. Error 404: Vinculo no encontrado. (2021). Editorial Libre e Independiente, Perú. La minificción en la voz de sus autoras y autores I (2021), Nasello y Dagatti, Tusca editoras, Argentina.
ARACNOFILIA
A los cinco años encontré una araña descomunal mirándome dormir. Nadie creyó que el insecto me observaba colgado de su telaraña. Crecí y me obsesioné con ellas. En mis recuerdos se repetía esa contemplación estática, mientras tendía sus ocho patas, no de forma amenazante, sino más bien relajadas, sin intentar nada, solo observando, escuchando mi respiración y mis sonidos nocturnos.
Los sueños que siguieron al encuentro eran inverosímiles. La misma araña, tenía esa certeza, entraba a mi cuerpo a través de mi boca, llegaba a la faringe y antes de ahogarme resbalaba por mi esófago y se instalaba en mi estómago.
Tras aquellas fantasías trataba de alejarme de ellas, aunque no era el miedo lo que me movía, sino la preocupación de mi reacción si las volvía a encontrar.
Después de terminar una relación larga, deprimida en mi cama, apareció una colgada del techo. Esta vez no había alguien que juzgara, entonces la tomé delicadamente con los dedos sin resistencia de ella, como si supiera lo que iba a pasar. La admiré por unos segundos y la introduje en mi boca, sentí sus ocho patitas caminando sobre mi lengua, dirigiéndose a su destino. La tragué hasta conducirla con su hermana para que acompañara esa soledad de años.
Privilegios de una gata
Por Eliana Soza Martínez
No entendía el amor de mamá por Neni, su gata. A veces pensaba que la quería más que a mí. Estaba siempre con ella, la acariciaba, le hablaba y hasta le cantaba. También jugaba y compartía tiempo conmigo, pero sentía que no era lo mismo, que ellas tenían una conexión especial. Por eso, prefería alejarme, me daba miedo que me rasguñara o hiciera ese horrible sonido, ¡shhh!, ¡shhh!, con las orejas hacia atrás porque desconfiaba de los otros.
Es cierto que cuando mamá estaba triste, la peluda la ponía de buen humor. Le gustaba sentarse en su sofá favorito a leer un libro, mientras la gata se acomodaba en posiciones cada vez más extrañas sobre sus piernas y ronroneaba para ella, ¡qué felices se veían!
Incluso, sentía que este animal tenía más privilegios. A ella no la regañaba si hacía alguna travesura como ensuciar el pasillo o rasguñar sus zapatos. En cambio, a cualquier fechoría mía daba el grito en el cielo. Estuve a punto de pensar que yo era adoptada.
Un día entendí todo. Mi mamá la amaba tanto porque sabía que eran sus últimos años. Esa noche Neni murió, todos en la casa lloramos, yo al contemplar a mi madre tan desolada. Nunca más la vi feliz como cuando la gata dormía a su lado.
Cuando tuve mi propia casa, adopté una gatita, le puse el nombre de Sole, pero no sé por qué siempre le dije Neni.
Entrevista realizada en el 2020.
CERTEZA
Eliana
Soza
Sus fauces se
abrían y emitían un penetrante aullido, nada parecido al de un canino. Su
cuerpo entero temblaba al percatarse de la proximidad de una persona; la bestia
apersogada sabía que no existía ser más cruel sobre la tierra.
ANTICIPADO
BANQUETE
Eliana
Soza
Su cuerpo
gelatinoso marchaba reptante, las piedras mohosas no parecían ser un obstáculo
para los cientos de patas falsas, que sin pausa avanzaban a su destino. El
hombre mal herido, sabía lo que pasaría. Rogaba morir antes de ver cómo el
gusano comenzaba a comer su carne.
SOSPECHAS
Eliana
Soza
Nos dijeron que el
aislamiento era necesario, debíamos protegernos. Dejar de ver a nuestros amigos
y otros familiares nos afectó, contemplar a los no muertos a través de las
ventanas nos advertía que seguiríamos confinados. Todo empeoró cuando empezaron
los síntomas del virus y sospechábamos uno del otro.
Graciasssss, querida Karla.
ResponderEliminarUn gusto, mi querida Eliana Soza.
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