Mirar a la muerte

Karla Gómez

Levanté el rostro para ver las estrellas fugaces. Así despedí aquel diciembre del 2018, con anhelos y proyecciones en deseos murmurados en silencio. La luz de esos luceros se insertaba en mi piel.
Acampé junto a la lumbre, alta fogata que descubrió su faz.
Debajo de ese color amarillento del fuego, mujeres y hombres, por igual, experimentamos la misma calidez que barruntó a los primeros pobladores del mundo, los descubridores de esa ardiente deidad, escondidos en la negrura de las horas; con las mismas edades de esos antecesores, sorprendidos por las virtudes del cielo y de la naturaleza.
Las fugaces pasaban por todos los puntos cardinales del cielo. Todos orábamos deseos, depositábamos nuestras esperanzas en ellas. Fueron gotas de destellos que pintaban esa noche, aunque existieron hace miles de años y apenas estos ojos terrestres contemplaron.
-Eso que ven pasar, es pasado. Estrellas muertas, viajeras-, dijo alguien que con el telescopio intentaba enfocar al planeta Júpiter.
Aún así, no bajamos la mirada: Nos gustó contemplar a la muerte.

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