Microcuento
WILLAN CASTILLO BRICEÑO
El profesor pidió
que escribiéramos un microrrelato. Me senté a la mesa, tomé el bolígrafo y me
quedé paralizado frente a la hoja en blanco. No se me ocurrió nada. Tiré con
rabia el lapicero en la mesa. Al siguiente día, mis compañeros desfilaban con
su hoja escrita hacia el profesor para presentar lo asignado. A mí que nunca me
gustó la irresponsabilidad, agarré la hoja en blanco y la entregué al maestro.
El profesor cogió la hoja, la acercó a sus anchos lentes y dijo: «Este es el
microcuento más pequeño del mundo, solo tiene escrito el punto final».
Victimario
victimado
WILLAN CASTILLO BRICEÑO
Cuando el cruel sicario vio a su víctima, se
acercó sigiloso, rastrilló el arma, le apuntó al rostro para ver con demencial
placer como moría; apretó el gatillo, no salieron las balas. Escuchó un
disparo. Sintió algo extraño en su frío corazón y se desplomó de inmediato. El
sicario había sido abatido en defensa propia.
Aquiles
WILLAN CASTILLO
BRICEÑO
El SARS-CoV-2 nació en China hace tres meses.
En un mes ya había tomado los continentes. Hace dos semanas llegó a Lima. Ayer
confirmaron el primer caso en Trujillo. Aquí en La Esperanza, hoy murió
Aquiles, el único que frecuentaba nuestra casa; supimos por las noticias que
había contagiado a su familia. Las cifras son de espanto, un millón de infectados,
treinta mil muertos; este psicosocial de pandemia nos está matando. Nosotros
estamos confinados en casa, atemorizados, enmascarados, desinfectándonos las
manos. Tocan a la puerta con desespero, «¿Aquiles?», dice mi mujer,
sobresaltada. Me acerco despacio a poner cerrojos.
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