domingo, 4 de abril de 2021

Minificciones de la escritora Angélica Villalba Cárdenas.

                                                                   Angélica Villalba Cárdenas



                                                                      La seducción de la seda 

La brillantez de la tela atrajo mi atención, caminé hacia ella porque necesitaba recostarme sobre esa cama brillante y lo hice.  Descansé al sentir la superficie amoldarse al cuerpo. El insomnio de las noches anteriores traicionó la picardía y dormí.  Un sobresalto interrumpió el incipiente sueño, cuando afuera de la habitación escuché una voz. Era la señora de la casa, pero, ¡si la dejé en el supermercado hacía apenas 15 minutos! pensé. 

Me oculté debajo de las sabanas de seda para que me confundiera con don Carlos. Estas empezaron a aprisionarme el cuerpo como envolviéndolo. Sobre mi cabeza, la seda no me dejaba respirar. Una voz dijo: ¿Querías dejarme? Eso no es una opción para ti. Cuando estés en el infierno recuerda que acabo contigo una viuda negra.


                                                                        Bestia peluda

Amo vestir mi cama. No le digo tender porque es un arte, así que empiezo quitando los cojines, las sábanas, el duvet y el fastuoso cubre lecho, dejando al descubierto la funda Inmaculada del colchón. Traigo otros tendidos y al volver a mirar esa bella superficie blanca, un monstruo de ocho patas peludas y negras camina sin pudor sobre, hasta hace unos minutos, la desinfectada cama. 

El cuerpo se me paraliza del asco y el miedo. Con cada minuto, se hace más grande, peludo y poderoso ese bicho salvaje. Grito y el animal ni se inmuta, por el contrario, se pone en posición de ataque. Mi hija de cinco años entra a la habitación para ver qué pasa y suavemente toma a la bestia en sus pequeñas manos, con tanto cuidado como si estuviera hecho de porcelana: “Mami es un arañita, tranquila”. La pone en el piso y se va a jugar.




Periodista y escritora. Ganadora del Primer concurso de relato y poesía creativa Libros & Letras y del I Certamen Internacional de Microrrelatos Amnistía Internacional Valladolid, España 2019 y Mención de honor del Premio de Cuento Corto de la Universidad de La Sabana, institución educativa de la cual es jefe del Departamento de Periodismo. Creadora del blog ‘La Esquina Delirante’ para el periódico El Espectador. Sus crónicas y cuentos publicados en Mundo Sodexo y en diario El Espectador.

                                                                    Día de dragones

                                                              Angélica Villalba Cárdenas



Somos los dragones de la noche. Pertenecemos a una estirpe temida por muchos, pero conocida por pocos. Mis hermanos y yo siempre tenemos hambre y, por eso, contamos los minutos para salir a cazar. No es fácil esperar a que todo se aquiete, a que la ciudad se duerma.

Nuestros enemigos son los seres del sol. Criaturas monstruosas carentes de piel peluda, de alas y, lo más raro, sin dientes afilados. Estos seres extraños emiten sonidos insoportables. Golpean a sus hembras y enjaulan a otros animales, los dejan así durante varias lunas y luego los sacan para quemarlos en agua caliente. Algunos de nuestros hermanos caen en sus garras.

De pronto, el silencio. Llega la hora de salir de la cueva. Sin pensar, nos convertimos en una espiral que emite un hermoso silbido, mientras nuestras alas luchan para no chocarse. Y es que la luz quema los ojos, nos miramos con extrañeza. Es de día.

¿Por qué hay silencio? ¿dónde están los monstruos del sol? Volamos hacia la ciudad y abajo vemos calles vacías, gobernadas por un viento frío. No pronunciamos palabra alguna. El tiempo de los seres del sol termina hoy. Comienza la era de los murciélagos.



                                                                     Abundancia

El hambre camina en la plaza de mercado. Lo hace antes de la media noche, antes de que los camiones lleguen con los alimentos frescos. Las frutas, aún coloridas, tratan de camuflarse entre las cajas porque tienen la esperanza de que los clientes puedan disfrutar de su sabor. Sin embargo, nadie se escapa del hambre y con sus manos oscuras, las va tocando hasta marchitarlas; con su nariz absorbe hasta el último aroma delicioso. Al amanecer, se abre la puerta de la tienda donde están las frutas moribundas; entonces, escuchan la voz de un hombre: “Se perdió lo que trajimos ayer. Hay que llevar esto al basurero, lo perdido, perdido

está. Exhibamos lo nuevo”. Tristes entre las canecas, ellas se juntan para esperar el final, ese final que significa el abandono.

De pronto, unos gritos las despiertan: “Mamá, ¡mira lo que encontramos en la caneca! No huele tan mal”. La mujer llora por el milagro en los desechos, recogiendo las frutas para luego cortales las partes dañadas. La familia come, ríe y canta, mientras que el hambre, derrotada, camina hacia los sembrados para eliminar, de una vez por todas, a su enemigo.






                                                           

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